Principal

Diario YA


 

Dejemos de lado la teoría y descendamos al terreno de la práctica

Las razones de una ignorancia

Manuel Parra Celaya. Todos los educadores estamos de acuerdo en que una de nuestras tareas prioritarias -una de ellas- consiste en dotar al educando de las necesarias habilidades y técnicas para que sea capaz de llevar a cabo el aprendizaje por sí mismo. Hasta aquí, santo y bueno. Quedó atrás la enseñanza entendida como mera memorización de contenidos heredados que, solo en casos contados, llegaban a su plena asimilación y predisponían para que su propietario los ampliara mediante una fecunda labor de elaboración, creación e investigación; pongamos, si acaso, en la cuenta del haber de aquel tipo de enseñanza, la persistencia de unos mínimos de cultura entre la futura población adulta. Lo que ocurre es que todas las teorías llevadas a su grado máximo devienen fatalmente en utopías y no pocas veces en resultados contradictorios con el fin previsto. Y, en este caso, esto no ha dejado de ocurrir que el manido “aprender a aprender” ha derivado mayoritariamente en una incultura generalizada y, minoritariamente solo, en el resultado benéfico de sus enunciados. Dejemos de lado la teoría y descendamos al terreno de la práctica. Tomemos como referencia a un grupo de 35 alumnos de Secundaria Obligatoria en el que un entusiasta profesor de Historia intenta realizar su empeño de que “aprendan a aprender” y, para ello, los dota de técnicas y recursos que les pueden permitir trabajar su materia concreta con plena eficacia y atendiendo, claro, a todos los requisitos que el Constructivismo pone a disposición del mundo de la pedagogía moderna. Por supuesto, el primer paso va a consistir en “motivar” -otro fetiche- a los alumnos; para ello, nuestro profesor desgrana todo su buen hacer y exprime al máximo su imaginación; contemos, además, como reales sus probados conocimientos tras los años reglamentarios de Facultad y, por ende, su amor a la asignatura que tiene entre manos. De los 35 alumnos mencionados -siempre en línea de odiosa generalización- digamos que a un 95% les trae al fresco la susodicha Historia, por muchos esfuerzos motivadores que se hayan volcado sobre sus personitas; si las actividades de clase que ha preparado el profesor han resultado atractivas, es posible que el porcentaje sea más bajo, pero a condición de que el deseable rigor académico y científico haya ido cediendo ante la amenidad. Pensemos en los muchos atractivos que, especialmente en el mundo de las redes sociales, se ofrecen al adolescente de hoy para que este “pierda el tiempo” ante cosas que pasaron hace mucho tiempo, que pertenecen a ese confuso mundo de “lo antiguo” (no importa que se trate de Alfonso I, de Espartero o de Franco). Llegará un momento en el que el “aprender a aprender” famoso quede en poder de una minoría, casi tan exigua como la que, en aquellas épocas ya superadas, era capaz de ir más allá de la memorización exhaustiva. Además, como el tiempo es limitado y finito incluso para el calendario escolar, los contenidos históricos específicos pasarán a un muy secundario nivel, aun en el supuesto (que es mucho suponer) que nuestro profesor los considere importantes para ser transmitidos a las nuevas generaciones. Esta es una de las claves -no la única- del analfabetismo cultural que se ha enseñoreado de nuestras aulas. Si a esto le añadimos lo que parece ser una consigna tácita del Sistema de que sean ignorados elementos de la Historia que puedan contradecir el Pensamiento Único de lo “políticamente correcto”, en la más pura intención orweliana, ya tenemos ante la vista el panorama actual, en el que nuestro estudiante, ya lanzado a los caminos tecnológicos de la Formación Profesional o a los menguados estudios del Bachillerato, es un perfecto ignorante del pasado de la humanidad o del concreto del nosotros, los españoles. Solo falta que actúe el implacable rodillo multimedia del nacionalismo totalitario para que este joven esté convencido, por ejemplo, de que su terruño -definido como Comunidad Autónoma por las leyes y elevado a condición de “Nación Irredenta” por los avispados o los necios- ha sufrido secularmente el odio y la opresión de un ente artificial llamado España. MANUEL PARRA CELAYA

Etiquetas:Manuel Parra Celaya