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Los grandes olvidados de Tierra Santa

José Luis Orella 7 de abril. La Semana Santa trae a nuestras pantallas lugares históricos donde padeció el Señor. Sin embargo, en este momento, los cristianos árabes son minoritarios en las sociedades donde viven, y se encuentran fraccionados en diferentes iglesias, dentro de las cuales pueden existir diversos ritos. Las causas de su división las encontramos en el remoto pasado, cuando las disputas de los Padres de la Iglesia se centraban en definir la naturaleza de Jesús.

La irrupción del Islam trastocó a las comunidades cristianas. El nuevo poder islámico abolió las fuertes cargas económicas y favoreció la conversión a una religión con una práctica sencilla de entender por el campesinado árabe. Con el tiempo, las favorables condiciones a favor de la conversión al Islam provocaron que las comunidades cristianas fueran convirtiéndose en minoritarias en sus lugares de origen. Los periodos de intolerancia que se saldaron con matanzas de cristianos, causaron que tuvieran que refugiarse en lugares montañosos donde la defensa era fácil. La llegada de los cruzados en 1099 permitió una breve época dorada para los cristianos árabes y la aparición de una pequeña comunidad católica latina, procedente en su origen del resto de las comunidades y mestizada con los francos recién llegados. En aquel momento, los católicos autóctonos se reducían a la comunidad latinizada y la maronita. Esta última, surgida por las prédicas del siglo IV de San Marón, se había refugiado en el VII en las zonas montañosas del Líbano. La llegada de los cruzados restauró una unidad católica, que los maronitas defienden, nunca rompieron.

En los años posteriores, expulsados los latinos del levante y bajo el nuevo dominio otomano, los cristianos sobrevivieron como comunidades de segundo orden, los Millet. Bajo el liderazgo del Patriarca de Constantinopla, los cristianos sobrevivieron, aunque con una fuerte influencia griega. El declinar del Imperio otomano ayudó a que Rusia ejerciese de país protector de cristianos ortodoxos, mientras Francia realizaba el mismo papel con los católicos.

La influencia de las órdenes religiosas católicas, con un papel protagonista que llega hasta nuestros días de los franciscanos, llevó a que parte de aquellas comunidades cristianas, cuya única ayuda procedía de los religiosos europeos, se acercasen a la Iglesia Católica. Manteniendo las peculiaridades propias de cada rito, pero resolviendo en comunión las diferencias teológicas se fueron reintegrando parte de los cristianos orientales a la Iglesia de Roma. Estas comunidades cristianas representan el 2´5% de la población de Israel, Palestina y Jordania; el 4% de la de Irak; el 10% de la de Siria; el 10% de la de Egipto y el 43% de la del Líbano. Sin embargo, estas comunidades se enfrentan a la posibilidad de la desaparición con el despertar de un fundamentalismo islámico que toma a los cristianos árabes como víctimas propiciatorias. Además, la frágil situación internacional de estos países, especialmente desde la invasión de Irak, ha producido una fuga masiva de jóvenes cristianos al mundo occidental. Las comunidades cristianas se enfrentan a la terrible situación de la emigración de sus mejores cuadros profesionales e intelectuales. Los pueblos se desertizan y las comunidades se mantienen por la regular llegada de cristianos procedentes del campo. Pero estas comunidades cristianas quedan compuestas de ancianos, niños y esencialmente, mujeres. Los hombres emigran y las mujeres cristianas, en una sociedad tan masculina, como la árabe, sino se casan, no son consideradas socialmente. Ante la ausencia de hombres jóvenes cristianos, se casan con musulmanes, pasando a formar parte de la comunidad islámica.

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