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Diario YA


 

“Los tiempos adelantan que es una barbaridad”

Tempus fugit. Caminamos, inconscientemente, hacia el borde de la ciénaga

Miguel Massanet Bosch.
“Los tiempos adelantan que es una barbaridad”, la famosa frase de don Hilarión, el personaje de la zarzuela “La verbena de la paloma”, aparte de ser de una realidad incuestionable, nos sitúa en la tesitura de ver en retrospectiva esta parte de nuestra vida que parece que ha transcurrido a mayor velocidad que aquella otra parcela de nuestra existencia que la precedió, visto en perspectiva. Parece que hace dos días de aquel acontecimiento, trascendental para la humanidad, en el que tres astronautas norteamericanos consiguieron llegar a la Luna y situar un módulo lunar en su superficie. Aquel 20 de julio de 1969, se produjo un hecho que trastocó, haciéndole perder su virginidad, la calma de miles de millones de años de aquella extensión lunar, conocida como “el Mar de la Tranquilidad”. La cápsula Águila pilotada por los astronautas Armstrong y Aldrin alunizó felizmente permitiendo que un hombre, Neil Armstrong, hollase con sus botas, por primera vez en la historia de la galaxia, la superficie de nuestro satélite.
Hace de ello apenas 62 años y en este, geológicamente hablando, corto periodo de la edad de la tierra, se puede decir que los acontecimientos de toda índole que han ido sucediendo en nuestro planeta, han sido capaces de producir un cambio tal en las condiciones de vida de la humanidad, de una trascendencia tan significativa, que ha eclipsado los importantes avances y logros de la civilización durante los 21 siglos de la edad cristiana que los precedieron, con una verdadera explosión de nuevas e importantes innovaciones en todos los campos de la ciencia, de los descubrimientos, de la sociología, del pensamiento y en todos aquellos aspectos que ha contribuido a que la humanidad se encuentre, hoy en día, en una situación incomparablemente mejor que aquella en la que se enfrascó cuando se sometió a la sangría de las dos contiendas mundiales, que amenazaron con acabar con todo el mundo civilizado.
Si embargo, parece que los hombres nos empeñamos, cuando alcanzamos un determinado nivel de bienestar,  en tirar por la borda lo conseguido buscando, en la revolución, en la renuncia al bienestar del momento, en los ideales, nacionalismos y en la búsqueda de un estadio utópico que, situándonos a todos en el mismo nivel, en busca de unas igualdades que nunca se han dado en la naturaleza y dejando en segundo lugar algo que es indispensable para la prosperidad de una sociedad: el esfuerzo, la unidad,  la preparación, el trabajo, la disciplina, el reconocimiento de nuestras propias limitaciones y el de que hay personas más inteligentes, capaces, hábiles y expertas que nosotros,  amén de que no todos servimos para determinadas tareas, puestos, mandos o direcciones, siendo preciso, básicamente, que hay que saber reconocer que, sin ellos y sus específicas cualidades y conocimientos, no hay manera de impulsar una sociedad próspera, feliz y democrática; ya que, si nos situamos en lo imposible, lo igualitario o lo arbitrario y caótico, lo único que se consigue es la anarquía y el caos,  como medio infalible de conducir, a una nación, a su ruina total.
Y en este contexto conviene hacer algunas observaciones respecto al estado actual de nuestro país, cuyo gobierno parece dispuesto a que se cree un ambiente completamente falso sobre la realidad económica y laboral en la que nos encontramos. Como dato informativo podemos decir que España, es de las naciones europeas la que ocupa, según datos del 2020 que, si los actualizáramos serían, seguramente, todavía más significativos, el tercer lugar en el número de habitantes, nacidos en el extranjero (6.996.825 según datos de La Vanguardia), que residen en nuestra tierra, sólo superada por Alemania (15.040.708) y Francia (8.521.829)  No obstante, si consideramos que la población total alemana es de 83.155.031 personas y la de Francia de 67.439.599 personas, siendo la de la nación española de 47.394.223  vemos que las proporciones de extranjeros respecto a su población total de los tres países son del 18,09%, el 12,6% y el 14,76% respectivamente lo que, dejando aparte a Alemania, la gran acogedora de extranjeros, gracias a la señora Merkel ( sus problemas le ha venido costando con sus länders) resulta ser que, la segunda potencia europea con mayor número de extranjeros viviendo en ella, es España, la nación de toda Europa que tiene más parados como inscritos en las oficinas de desempleo y los que pertenecen a los ERTES, que no trabajan, aunque no están dados de baja en la Seguridad Social. Y ahora veremos cuál va a ser el cupo de afganos que vamos a admitir y cómo se va a arbitrar el reparto, dentro del país, y cuál va a ser el coste para la nación.
Y, mientras tanto, España va sufriendo una sangría de cerebros que, por estar mal pagados y agobiados por lo penoso de su trabajo (caso de médicos y enfermeras) se van a Alemania y otras naciones donde están mejor retribuidos y trabajan en mejores condiciones. Y algunos, que no vemos con claridad la conveniencia de introducir a tantos inmigrantes en España, pensamos en  ¿qué va a ser de todos estos nuevos ciudadanos que, en su mayoría, desconocen el idioma, no tienen estudios equiparables a los que reciben los españoles, con culturas y religiones completamente distintas de las nuestras y que, en unos pocos años, ya van a poder ocupar cargos en las administraciones públicas, como está sucediendo en Ceuta y Melilla y en otras ciudades de la nación española? ¿Se ha calculado el coste de su manutención, asistencia sanitaria, enseñanza y profesorado específico, vivienda y el de integrarlos en la cultura española? ¿Se han previsto los posibles problemas de orden público que se puedan producir o los enfrentamientos con los oriundos?
No parece que otras naciones europeas, como Polonia y otras, que ya han advertido que no quieren acoger a nadie, estén dispuestas a aceptarlos y no vemos que las naciones que, en otras ocasiones, mostraron entusiasmo en acoger inmigrantes, en el caso de Afganistán se muestren tan interesadas en hacerlo. Si esto ocurre ¿cómo la UE se las va a ingeniar para que estas posturas no signifiquen una mayor carga para las naciones que deban acoger a un cupo superior de inmigrantes.?
Y otro punto curioso que choca con la facilidad con la que este Gobierno gasta el dinero de los contribuyentes. El señor Presidente, en su línea de anunciar buenas noticias y callarse las malas, ya nos advierte de que va a producirse una nueva subida del Salario Mínimo, de 15 a 19 euros mesuales, una cantidad que para cada beneficiario apenas le va a bastar para comprar alguna lechuga más pero que, considerada globalmente, y en lo que respeta al aumento de costes de las empresas, especialmente de las Pymes, vuelve a incidir en los costes de personal y en un encarecimiento del producto lo que, como sucede siempre que ocurren semejantes arbitrariedades del Gobierno, significa ponerse en una situación poco airosa en cuanto a poder competir con las industrias de la competencia, no solo española, sino de todo el resto de países con los que tenemos que competir. No digamos si tenemos en cuenta lo que ya comentamos en otro artículo respeto al impacto que el aumento del coste eléctrico va a suponer para todos los empresarios que dependen, en su gran mayoría, sino la totalidad, de esta energía para la fabricación de sus productos.
Así y todo, este año, este aumento de un 1,58% del Salario Mínimo, dada la inflación que llevamos acumulada el mes de agosto de este ejercicio, es evidente que con una tasa del 3,3%
en agosto, si no se produce una revisión importante a la baja en los últimos meses del año,s y hay que contar con la Navidad, uno de los puntos álgidos de aumento del gasto y del precio de los productos que se venden por aquellas fechas festivas, el poder adquisitivo de estos trabajadores a los que se les aumenta una cantidad tan irrisoria, va a descender nuevamente después de un año en el que no ha habido contención de precios y que se ha caracterizado por los problemas de las empresas, el turismo en general y el empleo.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, aparte de lamentarnos sobre la proliferación de impuestos, como el que impone el Govern catalán sobre las emisiones de CO2 a 2,26 millones de vehículos; una noticia que nos consuela, aunque particularmente no nos afecte por residir en Cataluña, la valentía y el coraje de la señora presidenta de la comunidad madrileña, Isabel Díaz Ayuso, de suprimir todos los impuestos de la comunidad para compensar el aumento de presión tributaria que, el Gobierno de la nación, pretende imponerles a los madrileños, bajo el paraguas de una normalización fiscal que tiene todo el aspecto de constituir una represalia contra el PP por la derrota que infringió a los socialistas en las pasadas elecciones comunitarias. Y una frase de uno de nuestros políticos nacionales, el conde de Romanones: “Vosotros pretendéis el empleo del catalán por eso, porque pueblo que su lengua cobra, su independencia recobra, y por el camino que conduzca a tal designio os tenemos que atajar”. Cuantos deberían tomar buena nota de estas palabras.