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Diario YA


 

Editorial: "Corrupción y amoralidad"

Ya hemos señalado alguna vez que nada conseguiremos políticamente en España mientras no se resuelva el verdadero drama, la peor lacra que azota a nuestra Patria. Nos referimos a la corrupción moral de la sociedad. Desde que se desmoronó el sistema de valores tradicional, asentado en el humanismo cristiano, España no ha hecho otra cosa que caer en picado hacia el abismo de la sinrazón, el delito y la barbarie. Y es que el hombre, al contrario de lo que pensaba ese sujeto nefasto llamado Juan Jacobo y apellidado Rousseau, no sólo no es bueno por naturaleza, sino que tiende a la inmoralidad y al vicio si no se le imponen normas estrictas de comportamiento.

El relativismo, que es hijo del diablo, ha puesto por encima de la conciencia individual una sola cosa, que es la ley. De manera que todo lo que no es ilegal, es tolerable y hasta aconsejable. Se ha dado la espalda a la Ley de Dios, despreciando con suma prepotencia los siete pecados capitales, para encumbrar la ley del hombre, tan imperfecta y mediocre como todo lo humano. El resultado es el que estamos viendo en las portadas de los periódicos: degeneración moral, corrupción y miseria humana por todas partes, sin distinción de clase social o colectivo profesional.

La televisión, herramienta verdaderamente nociva y repugnante al servicio del proyecto totalitario que la progresía ha inventado para sustituir la decencia por la amoralidad, causa estragos en las nuevas generaciones, machacando la semilla de la regeneración antes de que pueda germinar. Se ha configurado un nuevo tipo de individuo, el hombre audiovisual: cegado en su razón, políticamente correcto, cobarde por definición y traidor a las esencias de la tierra en que nació. El hombre de nuestro tiempo es capaz de pronunciar un discurso lleno de tópicos sobre la solidaridad con el Tercer Mundo, y después dejarse corromper por 20 euros.

No es casualidad, por tanto, que haya concejales que metan la mano en la caja pública, que usen el dinero de las pensiones de nuestros mayores para comprarse un coche de lujo, que favorezcan a amigos o conocidos a cambio de un chalet de lujo en una urbanización pija. Es lo normal cuando durante décadas se ha estado destruyendo el edificio moral de Occidente. No nos mesemos los cabellos de manera hipócrita, ni nos sorprendamos al ver en los telediarios al consejero de tal comunidad imputado por gravísimos delitos; es la consecuencia natural de haber instalado en el sistema la falta absoluta de pudor y de vergüenza en el comportamiento.

Es encomiable la existencia de partidos que intentan luchar, a pesar de su escasez de medios, contra este bipartidismo maloliente que perpetúa la corrupción institucional. Pero no nos engañemos: el cáncer está instalado en la calle, no en los pasillos del Congreso. Lo que hay que recuperar es la honradez de la persona, la integridad como condición sublime del alma, no sólo, de forma estética, la de los hombres que nos gobiernan. Y no es una tarea fácil, todo lo contrario. Sólo con ayuda de Dios conseguiremos que brille otra vez, como antaño, el hombre auténtico, el que debe ser imagen de Nuestro Señor e imitarle en todos los momentos de su vida.

Domingo, 15 de marzo de 2009.

 

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